En septiembre del
2013 empecé a laborar en el Programa “A Caballo Vamos”. Aquí mis funciones eran
las de guía de Educación Asistida con Caballos, esto consistió en enseñar,
convivir, aprender, ayudar y trabajar con personas con discapacidad y adultos
mayores.
De lunes a
viernes cada guía preparaba las clases para los beneficiarios. El primer ciclo
tuvimos talleres de música y pedagogía, en los cuales trabajábamos expresión
corporal, musicoterapia, gestualidad, motricidad, canto, manualidades, poesía,
ejercicios, etc.
En el área de
caballos en cambio, empezamos con algo sencillo pero muy beneficioso; compartir
espacios. El simple hecho de compartir un espacio con otras personas y un
caballo ya es un logro. Observarlos, conocerlos, limpiarlos, acariciarlos,
caminar junto a ellos y sentir su ser es simplemente hermoso.
Al transcurrir
los días íbamos aumentando retos, como hacer guianza a los caballos con soga, o
incluso sin ella. Con estos ejercicios lo que queremos lograr es que exista más
independencia, coordinación, confianza y liderazgo de parte de los
beneficiarios.
Caminar junto al caballo por pistas sencillas se volvió un juego,
del cual tanto los niños como los adultos disfrutaban, hablarle al caballo, o
solo tocarlo mientras se camina ayuda mucho.
Ya en el segundo
ciclo incrementamos las caminatas por el parque de Guápulo, aprovechando este
hermoso lugar y su extenso espacio, todos los días recorríamos por sus
senderos, conociendo nuevos lugares, y dibujando historias en cada paso. Es
increíble que tan cerca de la ciudad exista un lugar lleno de vegetación y aire
puro.
Hasta el más
recóndito espacio del parque conoce una historia de “A Caballo Vamos”, de los
profes como nos decían, de los niños que con sus risas y travesuras nos
alegraban cada día, de los adultos que
compartían con nosotros sus experiencias, de los caballos que nos permitieron
entrar en su mundo y que nos conocieron tal como somos, de los padres de
familia que confiaron en nuestro trabajo y que luchan cada minuto por sus
hijos.
Pienso que tanto
los beneficiarios como nosotros hemos aprendido y sentido cada segundo dentro
del programa. Esta es una experiencia maravillosa, de la cual hemos aprendido a
ser mejores y mostrarnos transparentes.
Agradezco a las
personas que me dieron la oportunidad de pertenecer a “A Caballo Vamos”, que
más que compañeros de trabajo se han convertido en hermanos. Espero poder seguir
construyendo un camino junto a ellos, en beneficio de nuestros usuarios. Cada
niño y cada adulto merecen un buen trato y una vida feliz, compartiendo y
siendo como son. Cada uno de ellos es especial para mí, y también les agradezco
por permitirme ser parte de sus vidas y dejarme brindarles mis conocimientos y
cariño.
Por último
adjunto un pequeño ensayo que escribí hace ya algunos meses sobre mis días en
“A Caballo Vamos”.
Quito, 12 de
enero de 2015.
A CABALLO VAMOS
Emilia
Margarita Arias Burbano
Trabajar con
niños y caballos en un lugar lleno de historias, escondites y aventuras, ha
sido algo mágico.
Llegar cada
mañana casi sin aliento por la subida empedrada, alistar la cámara y mi media
tabla de apuntes con hojas recicladas, ver llegar los buses con sus ventanas
iluminadas por las sonrisas y ojitos encendidos de alegría; susurro “llegaron
mis guaguas”. Y es que en eso se han convertido, en mis guaguas. Esos pedacitos
de cielo que vienen con ganas de aprender, de esforzarse, de sonreír. Mi compañera,
mi Janeth como le digo, sonríe, les da la bienvenida y los ayuda a ingresar al
aula.
Ellos saludan con
besos, abrazos y miradas.
Es increíble cómo
cada uno de ellos es un mundo, del cual aprendo y entiendo muchas cosas que
antes desconocía. Siento felicidad y temor a la vez; ¿estaré haciendo todo lo
necesario para que ellos se sientan bien y emprendan un viaje a su interior?
Creo que sí, porque con solo observarlos puedo descubrir lo que son, y lo que
soy yo.
Luego de cada
taller y el tiempo de receso, empiezo a escuchar las preguntas: “¿vamos a verle
al Chalo?”. El Chalo, ese caballito despeinado que nos comparte su vida. Él
también es uno de mis guaguas. Mimado, tranquilo, colaborador, el caballo más
lindo del mundo como le digo cada día. Él y sus compañeros de vida son los
mejores maestros que puedan existir. Sin hablar nos expresan tantas emociones,
tanta sabiduría, nos enseñan a ser auténticos, reales con nosotros mismos.
Junto a ellos hemos entendido que lo simple de la vida es lo más bello.
Mis guaguas se
emocionan, le cuentan historias y le cantan. Para ellos es uno más de nuestra
manada.
Lo llevan de
paseo, lo abrazan, lo besan, lo aman.
Al despedirnos
cada uno agradece por el tiempo compartido, y por la gran ayuda que nos ha
brindado, pasamos por debajo de su cuello, y otra vez, sin hablar nos expresa
paz.
Miro a Chalo y me
hago tantas preguntas antes de irme, él me mira, y me dice tanto.
Bajamos a esperar
el transporte, deseándonos una buena semana y anhelando la siguiente para
volver a compartir y aventurar en el lugar mágico.
Mi Janeth se
despide y me dice, ya nos vemos chica.
Cada día es
diferente, pero la alegría es la misma. Las ganas y el amor son los mismos.
Nosotros somos los mismos.
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