viernes, 23 de enero de 2015

“A Caballo Vamos”



El programa “A caballo vamos”, que estuvo a cargo del Ministerio de Interior, duró un año 3 meses, tiempo después del cual se cerró “por falta de financiamiento”. Damos a conocer el Informe y un breve ensayo de Emilia Arias Burbano, una de las guías que trabajó en el mencionado proyecto.

En septiembre del 2013 empecé a laborar en el Programa “A Caballo Vamos”. Aquí mis funciones eran las de guía de Educación Asistida con Caballos, esto consistió en enseñar, convivir, aprender, ayudar y trabajar con personas con discapacidad y adultos mayores.



De lunes a viernes cada guía preparaba las clases para los beneficiarios. El primer ciclo tuvimos talleres de música y pedagogía, en los cuales trabajábamos expresión corporal, musicoterapia, gestualidad, motricidad, canto, manualidades, poesía, ejercicios, etc.


En el área de caballos en cambio, empezamos con algo sencillo pero muy beneficioso; compartir espacios. El simple hecho de compartir un espacio con otras personas y un caballo ya es un logro. Observarlos, conocerlos, limpiarlos, acariciarlos, caminar junto a ellos y sentir su ser es simplemente hermoso.


 Al transcurrir los días íbamos aumentando retos, como hacer guianza a los caballos con soga, o incluso sin ella. Con estos ejercicios lo que queremos lograr es que exista más independencia, coordinación, confianza y liderazgo de parte de los beneficiarios.

 Caminar junto al caballo por pistas sencillas se volvió un juego, del cual tanto los niños como los adultos disfrutaban, hablarle al caballo, o solo tocarlo mientras se camina ayuda mucho.


Ya en el segundo ciclo incrementamos las caminatas por el parque de Guápulo, aprovechando este hermoso lugar y su extenso espacio, todos los días recorríamos por sus senderos, conociendo nuevos lugares, y dibujando historias en cada paso. Es increíble que tan cerca de la ciudad exista un lugar lleno de vegetación y aire puro.


Hasta el más recóndito espacio del parque conoce una historia de “A Caballo Vamos”, de los profes como nos decían, de los niños que con sus risas y travesuras nos alegraban  cada día, de los adultos que compartían con nosotros sus experiencias, de los caballos que nos permitieron entrar en su mundo y que nos conocieron tal como somos, de los padres de familia que confiaron en nuestro trabajo y que luchan cada minuto por sus hijos.


Pienso que tanto los beneficiarios como nosotros hemos aprendido y sentido cada segundo dentro del programa. Esta es una experiencia maravillosa, de la cual hemos aprendido a ser mejores y mostrarnos transparentes.


Agradezco a las personas que me dieron la oportunidad de pertenecer a “A Caballo Vamos”, que más que compañeros de trabajo se han convertido en hermanos. Espero poder seguir construyendo un camino junto a ellos, en beneficio de nuestros usuarios. Cada niño y cada adulto merecen un buen trato y una vida feliz, compartiendo y siendo como son. Cada uno de ellos es especial para mí, y también les agradezco por permitirme ser parte de sus vidas y dejarme brindarles mis conocimientos y cariño.

Por último adjunto un pequeño ensayo que escribí hace ya algunos meses sobre mis días en “A Caballo Vamos”.

Quito, 12 de enero de 2015.

Grupo del programa "A caballo vamos"


A CABALLO VAMOS
                                                Emilia Margarita Arias Burbano

Trabajar con niños y caballos en un lugar lleno de historias, escondites y aventuras, ha sido algo mágico.

Llegar cada mañana casi sin aliento por la subida empedrada, alistar la cámara y mi media tabla de apuntes con hojas recicladas, ver llegar los buses con sus ventanas iluminadas por las sonrisas y ojitos encendidos de alegría; susurro “llegaron mis guaguas”. Y es que en eso se han convertido, en mis guaguas. Esos pedacitos de cielo que vienen con ganas de aprender, de esforzarse, de sonreír. Mi compañera, mi Janeth como le digo, sonríe, les da la bienvenida y los ayuda a ingresar al aula.

Ellos saludan con besos, abrazos y miradas.

Es increíble cómo cada uno de ellos es un mundo, del cual aprendo y entiendo muchas cosas que antes desconocía. Siento felicidad y temor a la vez; ¿estaré haciendo todo lo necesario para que ellos se sientan bien y emprendan un viaje a su interior? Creo que sí, porque con solo observarlos puedo descubrir lo que son, y lo que soy yo.

Luego de cada taller y el tiempo de receso, empiezo a escuchar las preguntas: “¿vamos a verle al Chalo?”. El Chalo, ese caballito despeinado que nos comparte su vida. Él también es uno de mis guaguas. Mimado, tranquilo, colaborador, el caballo más lindo del mundo como le digo cada día. Él y sus compañeros de vida son los mejores maestros que puedan existir. Sin hablar nos expresan tantas emociones, tanta sabiduría, nos enseñan a ser auténticos, reales con nosotros mismos. Junto a ellos hemos entendido que lo simple de la vida es lo más bello.


Mis guaguas se emocionan, le cuentan historias y le cantan. Para ellos es uno más de nuestra manada.


Lo llevan de paseo, lo abrazan, lo besan, lo aman.

Al despedirnos cada uno agradece por el tiempo compartido, y por la gran ayuda que nos ha brindado, pasamos por debajo de su cuello, y otra vez, sin hablar nos expresa paz.


Miro a Chalo y me hago tantas preguntas antes de irme, él me mira, y me dice tanto.

Bajamos a esperar el transporte, deseándonos una buena semana y anhelando la siguiente para volver a compartir y aventurar en el lugar mágico.

Mi Janeth se despide y me dice, ya nos vemos chica.


Cada día es diferente, pero la alegría es la misma. Las ganas y el amor son los mismos. Nosotros somos los mismos.

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